Espabilados por
el despertador del Rock Around the Clock,
los jóvenes en la edad del pavo, en
la segunda mitad de los años 50, hoy
conocida como adolescencia le hicimos
–aunque fuera a codazos– un hueco a los discos de Bill Haley y Elvis Presley.
Con ellos compartimos guateques en las tandas de las rápidas junto con los verbeneros
ritmos del mambo, el Merengue Apambichao
y el En Forma de Glenn Miller
Una transición
musical que me cogió en pantalones cortos. Andaba yo por los trece años cuando,
después de refregar a conciencia, con unto o tocino, la cara y las extremidades
inferiores para que la pelusa cogiera cuerpo y se convirtiera en erecto cañoto capilar
como signo externo de hombría, decidí ponerme de largo.
Era lo que me faltaba
para ser un hombre. Ya me afeitaba y después de dar una achicada al pitillo era
capaz de decir el hombre que sabe fumar
echa el humo después de hablar. Tenía fachada y sólo me faltaba el pantalón
largo para ser un hombrecito y poder colarme en los cines para ver las
películas autorizadas para mayores.
Así que, decidido,
solicité a mi madre el cambio de formato en las perneras y me encontré con la
sorpresa de que tenía que pasar por una etapa de transición marcada por las
costumbres: ponerme pantalón bombacho.
Me negué en redondo y lo que conseguí
fue un pantalón para ir as medras confeccionado en la Sastrería David de la
calle Real. Es decir, con un palmo de largo por debajo de las rodillas –lo que
hoy se conoce como bermudas–. Lo lucí a regañadientes una buena temporada hasta
que llegó mi ansiada puesta de largo.
“HUYENDO DEL
BOMBACHO” LLEGUÉ A LOS "JEANS ON THE ROCKS"(vaqueros en las rocas)
Además del traje
de los domingos, la estrella del vestuario básico de mis 14 ó 15 años eran los
jerseys caseros, hechos a golpe de calceta –y en cuya confección participara,
siempre resignado, a la hora de hacer los ovillos de lana– y los pantalones
vaqueros, símbolos del rock and roll, por los que tuve un conflicto familiar.
Tras mucho
insistir, mi madre acabó claudicando ante mis rogativas y me compró un pantalón
vaquero… pero, no me sentaba bien.
La realidad era que estaban nuevos, no eran
ajustados, ni tenían rodilleras y culeras blanqueadas por el uso, como lucían
los jóvenes americanos en las películas. Alguien de la pandilla me dio la
solución de cómo envejecer el pantalón vaquero por la vía rápida, y me
puse manos a la obra…
Me fui a las rocas
de la playa de Riazor y me metí en una poza con agua del mar con los pantalones
puestos. Allí estuve unas horas a remojo.
Posteriormente, y sin sacarlos, lo tenía que secar al sol mientras
frotaba enérgicamente la zona de las rodillas y las nalgas contra las rocas. En
esas estaba cuando la hora de comer se me echó encima y tuve que irme a casa.
Al abrirme la puerta mi madre se santiguó ante la visión…
Allí estaba yo con
el pantalón vaquero empapado y las zonas de fricción rocosa –rodillas, culo y perneras– maltrechas por el
ímpetu impreso a la acción de desgaste. Dicho de otra manera: había salido de
casa horas antes con un pantalón nuevo del trinque y regresaba con un pantalón
que, más que usado, estaba roto.
La desfeita me acarreó un castigo de reclusión domiciliaria durante un par de
semanas que, por buena conducta, quedó reducido a tres o cuatro días. Cuando
salí a la calle, lo hice presumiendo de mi pantalón vaquero nuevo, no sin
escuchar las voces adultas que recriminaban mi vestimenta con la frase de
…a dónde vas con esa pinta… pareces un
pordiosero. Y yo, tan contento.
Tuve que sufrir la
incomprensión de los mayores, nada predispuestos a la innovación estética, por
querer lucir rápidamente unos pantalones vaqueros gastados.
No fue la única
vez, ya que volví a experimentar el desgaste rápido con los siguientes
vaqueros, a base de lejía, hasta que en el Rastro madrileño me compré unos
jeans made in USA de segunda mano que, complementado con chupa de cuero,
colmaron mis ansias estéticas rockanrroleras..
Hoy ya salen los
pantalones rotos y usados de fábrica. Los tiempos han cambiado.
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