Van Morrsion y Linda Gail Lewis, revisan temas clásicos del blues y del rythm ´n´ blues de corte sureño
La
visita a la ciudad del irlandés Van Morrison estaba pendiente desde
hacía varios años. En numerosas ocasiones salió a la palestra la
posibilidad de que este genio de la música actuara en La Coruña, y
en otras tantas, por pitos y flautas circunstanciales, y el
temperamento caprichoso del artista, nos habíamos quedado con las
ganas de echárnoslo al oído en directo.
Que
se lo pregunten a Enrique Pena, que andaba con la caña de pescar
puesta para que Van Morrison viniera a actuar al Palacio de la Ópera,
hasta que al final lo pescó y lo trajo al Coliseo, ya que la pecera
del recinto operístico se quedaba pequeña para el interés que
había provocado su ya confirmado concierto coruñés.
Como
todo genio de la música, Van Morrison, El
León
de Belfast,
tiene una leyenda que en su caso lo presenta, en lo personal, como
tirano, caprichoso, cascarrabias, borde... De ahí la preocupación
que padecen los que lo contratan, que no tranquilizan su espíritu
hasta que abandona el escenario.
Volviendo
al día de autos –7 de octubre de 2000–, Van Morrison llegó al
Coliseo, que lucía entrada de gala –la ocasión lo merecía – en
compañía de Linda Gail Lewis, hermana del legendario Jerry Lee
Lewis, uno de los pioneros del rock and roll, al que apodaban The
Killer (El
Asesino)
por la forma endiablada y frenética con la que tocaba su piano. En A
Coruña lo recordamos por las patadas que arreó a un cámara de
televisión para que no lo grabase, patadas visionadas en directo por
30.000 personas en el Estadio Municipal de Riazor durante El
Concierto de los 1.000 años.
Ambos,
Van y Linda, venían para presentar el álbum You
win again,
en el que revisaban temas clásicos del blues y del rythm ´n´ blues
de corte sureño como Let's
talk about us,
You
win again,
Jambalaya,
Crazy
arms,
Old
black Joe,
Think
twice before you go,
No
way Pedro,
A
shot of rhythm & blues,
Real
gone lover,
Why
don't you love me,
Cadillac,
Baby,
you got what it takes
o Boogie
chillen.
Todos
esperábamos algo más, como era escuchar sus clásicos Gloria,
Brown
eyed girl,
The
bright side of the road
o Wild
night,
aún sabiendo que a este señor no le gusta mucho interpretar temas
antiguos y sus seguidores, al final de los conciertos, se lamentan de
que en muchos casos sus actuaciones se limiten a desgranar su último
álbum, desarrollando los temas por el mismo orden que aparecen en el
disco. Una constancia adquirida a través de mi buen amigo, el
siempre recordado Víctor
Villegas,
que como ex jefe de promoción de la compañía Philips, en la que
grabó Morrison, conocía sus rarezas. También las tuvo que aguantar
siendo director gerente del Palacio de Congresos de Murcia, donde
actuó en varias ocasiones este irlandés errante.
Ni
hola, ni adiós
La
media de edad del público que en buen número asistió al concierto
no era proclive a los excesos juvenícolas,
y sí para hacer largas colas en las barras para conseguir
avituallamiento. Con puntualidad irlandesa, cuando el reloj marcaba
las diez en punto de la noche, un austero escenario acogió la banda
de country rock de Gales del Sur, reforzada para la ocasión por el
saxo Leo Green, que a lo largo del concierto desestabilizó
el
ambiente rasgando los temas con solos rompedores. Guitarras al
galope, tocando lo que se llama en el argot country ritmo de vapuleo,
el concierto entró por las llanuras de rockabilly mientras el
público se mantenía expectante, aunque remiso, a subirse a las
grupas de una música briosa.
Con
Linda Gail Lewis en el escenario, subió el tono. El ritmo enérgico
de esta dama del country, que zurró las teclas con algún que otro
puñetazo el estilo de su hermano Jerry Lee, calentó la olla, que se
puso a hervir con la aparición de Van Morrison que, hermético y
distante con el público, empezó a presentar junto a Linda los temas
del disco, incrustando algunos de sus clásicos como Jackie
Wilson said
o el Brown
eyed girl.
Cuando el público esperaba más, Morrison, que no había dicho ni
hola, se marchó del escenario, también con exquisita puntualidad
irlandesa, sin decir adiós, dejando a la banda tocando. No hubo
bises.
Fue una
espantá
sin retorno, en toda regla, que a más de uno cogió con el vaso de
cerveza lleno. Lo que para muchos prometía ser el concierto del
siglo se quedó más plano de lo esperado y pasó sin la satisfacción
de escuchar Gloria.
Borde, sí, pero a pesar de todos los pesares Van Morrison mostró
parte de su alma, que es mucha alma.
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