BAILANDO EN LAS GRADAS
A
principios de la década de los 70, el Pabellón de Deportes de La
Coruña no recibía visitas musicales foráneas que se salieran de lo "socialmente" correcto. El rock, que no estaba catalogado como tal, era
mirado con reserva ya que en vez de moderar y suavizar los
comportamientos de la juventud "decía" que los radicalizaba.
En
este ambiente, salta la sorpresa en agosto de 1973 cuando se anuncia
la actuación en La Coruña del grupo africano Osibisa –que
significa "cruce de ritmos que explotan con felicidad"–
que había irrumpido en 1971 en la escena musical con un vibrante
sonido que se apoderó de la escena rock post 60’s.
La
verdad es que este grupo liderado por el vocalista Teddy Osei y el
batería Sol Amarfio no era un grupo de consumo y sus discos solo se
podían escuchar en algunas discotecas. Sus múltiples ritmos y sus
cortes de percusión encajaban en las pistas de baile. Una de las
razones más importantes para su éxito eran sus extremadamente
enérgicos y extravagantes espectáculos sobre el escenario, en los
que esta tribu musical de Ghana fusionaba la música africana,
caribeña, rock, jazz, latina y R&B.
Además,
tras el éxito alcanzado con su segundo disco, Woyaya
(1971), el tirón de su música se había destensado
considerablemente. No estaban en el candelero, por lo que su
anunciado concierto no levantó una excesiva expectación. Quedó
demostrado con una mediana afluencia de público en las sillas y unas
gradas semivacías.
Como
solía hacer antes de todos los conciertos, me acerqué a Ramón
García Barros, responsable del Protocolo y Relaciones Públicas del
Ayuntamiento coruñés y encargado de la organización de las Fiestas
de María Pita, para que me pusiera al tanto de todos los pormenores.
Lo hizo con su característica afabilidad, aunque con ciertas
reservas tras lo observado durante los ensayos de los ocho
componentes de esta tribu musical.
Dentro
de su impecable corrección, Ramón García Barros dejaba entrever
una preocupación por el huracán rítmico que se avecinaba y que, en
plan coloquial, describió con simpatía como "una merienda de
negros".
Expresión coloquial –que figura en el diccionario de la Real
Academia de la Lengua– que por entonces no se consideraba ofensiva
para un colectivo y se utilizaba para describir "una confusión
y desorden en que nadie se entiende".
Al poco
tiempo del comienzo del concierto, varios jóvenes que están
presenciándolo desde la grada se dejan llevar por el ritmo, se ponen
de pie y comienzan a bailar en la parte alta de la bancada. La acción
llama la atención de los números de la Policía Armada, que vela
por el orden dentro de las instalaciones de pabellón.
La adrenalina
va subiendo hacia las gradas, impulsada por la explosión y la
contundencia de las bases rítmicas de la música de Osibisa. Los
bailarines sudorosos se despojan de las camisas y con el torso
desnudo empiezan a bailar como posesos, de un lado para otro, como si
estuvieran participando en una ceremonia ritual africana.
Ante
esa visión, el público se queda con la escenografía surgida en las
gradas, mientras que los agentes de la autoridad empiezan a
considerar un desorden el jolgorio montado en las mismas. Tras
conversar con Ramón García Barros sobre las posibles acciones a
tomar, se opta por una llamada de atención a los improvisados
bailarines para que depongan
sus danzas y se sienten correctamente en los asientos. Hacia ellos se
dirigen cuatro policías. Tras una pequeña conversación, parte de
los bailones siguen las instrucciones. Pero una decena de ellos se
resisten a cumplirlas y siguen bailando, por lo que los policías
optan por interrumpir la danza iniciando una especie de carrera de
obstáculos por las gradas para capturar a los desobedientes.
Mientras esto sucede, Osibisa, que tiene de frente el espectáculo
alternativo, sigue a lo suyo, aunque entre sus componentes se cruzan
miradas de sorpresa por lo que está sucediendo. A pesar del
alboroto, el cruce de ritmos siguió explotando en el pabellón,
aunque no precisamente con felicidad.
El
Judas Superstar (Carl Anderson, 1976)
Carl
Anderson fue el primer Judas Iscariote de Jesucristo
Superstar.
Cuando se estrenó en 1971 en teatro, él lo interpretó. Después,
en la película dirigida por Norman Jewison en 1973, volvió a dar
vida a ese personaje en la obra de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice.
El disco de la banda sonora de Jesucristo
Superstar
(1974) –que está considerada una de las mejores de la historia
junto con las de West
Side Story
y Hair–
vendió millones de copias en todo el mundo. La canción No
sé cómo amarle
(I
don´t know how to love him),
cantada por la que hacía de María Magdalena, también fue un éxito
de ventas. Los protagonistas de la película fueron Ted Neeley (en el
papel de Jesús), Carl Anderson (Judas) e Yvonne Elliman
(María
Magdalena).
Todo
este éxito no sirvió de nada a Carl Anderson cuando por sorpresa se
presentó en el Palacio de los Deportes de La Coruña en el verano de
1976. Fue uno de los primeros conciertos internacionales que se
celebraron en la ciudad y, a pesar del reciente éxito de la BSO de
Jesucristo
Superstar,
la respuesta del público fue mínima. Sonó un repertorio de música
soul y funky adornado con alguna de las canciones estrellas de la
ópera rock en la voz de su protagonista.
Un concierto deslucido por
la ausencia de público que, en número aproximado de 400 personas,
dejó en taquilla menos de 30 monedas de oro... "¡Le está
bien, por Judas!",
bromeaba una desilusionada señora de mediana edad al salir del
concierto.
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