EL DIA QUE LOU BENNETT NOS SEDUJO CON SU ORGANO
Hoy, un concierto de jazz en A Coruña, no es ninguna novedad.
Incluso la ciudad cuenta con establecimientos estables para escuchar esta
música en los que, además de los concierto institucionales, se ofrecen sesiones
en directo para los aficionados. Para muchas personas esta situación, cuarenta
y cinco años atrás , era, sencillamente una utopía. Difícil ya era encontrar,
en la primera mitad de los años 60, discos de jazz e impensable poder escuchar
en directo a los grandes maestros de esta música. Hoy la utopía, el sueño –
pesadilla en ocasiones -- que algunos teníamos, se ha hecho realidad sin salir
de casa con conciertos estables y festivales que estimulan aficiones y captan
nuevos adeptos para la causa del jazz. Una labor que, en el génesis de esta
historia, estaba reservada a aquellos
aficionados que, aún con escasa información, trataban de iniciar a sus vecinos.
ERASE UNA VEZ: LAS AUDICIONES
Mis inicios en el jazz datan de la época de estudiante en
Madrid cuando, además de convertirme en un asiduo de las sesiones matinales del
Circo Price, de vez en cuando me dejaba caer por el Whisky Jazz de la
calle Villamagna, para escuchar a los más destacados jazzmen españoles, como Pedro
Iturralde, Vlady Bass o Teté Montoliú, y a los músicos de la
elite jazzística europea y americana, que aprovechando su paso por la base de
Torrejón, se dejaban caer por este club madrileño.
Al regresar A Coruña, y quedar huérfano de conciertos, mi afición se refugia en los discos, libros y revistas de jazz que, previo encargo, adquiría en Jesús Lago y Lago y Discos Miranda de la calle Real, y las Librerías Arenas y Molist que me reservaban todo lo que caía en su manos sobre jazz, ya fuera en castellano, francés o ingles. Poco a poco, y con esfuerzo, adapto mi discoteca a los discos recomendados en esas publicaciones por estilos y épocas, hasta llegar a tener una columna vertebral sonora con fechas, datos y comentarios, que empiezo a grabar en cinta magnetofónica. Una vez grabadas las cintas, solo me faltaba encontrar quien las escuchara para poder compartir afición. Inicio la confección de un mailing artesanal teniendo como base de datos a las dependientas de las tiendas a las que preguntaba el nombre de aquellos clientes que compraban discos de jazz.
El primer nombre que sale a relucir es Jesús Domínguez. El listado se ve aumentado con el nombre del abogado José Luis Doncel. Contacto con ellos y les cuento el proyecto de realizar una vez a la semana unas audiciones de jazz en el Playa Club. La idea va tomando cuerpo y reclutamos para la causa a Carlos “Carssely” y al periodista Enrique de Arce Themes que trabajaba en El Ideal Gallego y que había hecho sus pinitos como batería de jazz durante su estancia en Alemania. Para la primera audición “enganchamos” a varios amigos, les gustara o no el jazz, y llegamos a reunir casi 30 personas. Todo un éxito. Con esta materia prima seguí grabando cintas y el número de asistentes a las audiciones se estabilizó en torno a las 20 personas, entre aficionados y curiosos, cifra que nos hizo soñar con la creación de un Club de Jazz cuyos miembros abonaran una cuota mensual para que, cuando la tesorería lo permitiera, realizar conciertos en vivo, que eran al fin y al cabo, el objetivo del club. Y así empezó el “cuento de la lechera”, donde los cálculos más optimistas nos llevaban a una masa social rentable de 100 aficionados que pagarían una cuota de inscripción de 1.000 pesetas y un recibo mensual de 200. Sobre el papel, que lo aguanta todo, el proyecto nos parecía viable y nos pusimos a ello.
Al regresar A Coruña, y quedar huérfano de conciertos, mi afición se refugia en los discos, libros y revistas de jazz que, previo encargo, adquiría en Jesús Lago y Lago y Discos Miranda de la calle Real, y las Librerías Arenas y Molist que me reservaban todo lo que caía en su manos sobre jazz, ya fuera en castellano, francés o ingles. Poco a poco, y con esfuerzo, adapto mi discoteca a los discos recomendados en esas publicaciones por estilos y épocas, hasta llegar a tener una columna vertebral sonora con fechas, datos y comentarios, que empiezo a grabar en cinta magnetofónica. Una vez grabadas las cintas, solo me faltaba encontrar quien las escuchara para poder compartir afición. Inicio la confección de un mailing artesanal teniendo como base de datos a las dependientas de las tiendas a las que preguntaba el nombre de aquellos clientes que compraban discos de jazz.
El primer nombre que sale a relucir es Jesús Domínguez. El listado se ve aumentado con el nombre del abogado José Luis Doncel. Contacto con ellos y les cuento el proyecto de realizar una vez a la semana unas audiciones de jazz en el Playa Club. La idea va tomando cuerpo y reclutamos para la causa a Carlos “Carssely” y al periodista Enrique de Arce Themes que trabajaba en El Ideal Gallego y que había hecho sus pinitos como batería de jazz durante su estancia en Alemania. Para la primera audición “enganchamos” a varios amigos, les gustara o no el jazz, y llegamos a reunir casi 30 personas. Todo un éxito. Con esta materia prima seguí grabando cintas y el número de asistentes a las audiciones se estabilizó en torno a las 20 personas, entre aficionados y curiosos, cifra que nos hizo soñar con la creación de un Club de Jazz cuyos miembros abonaran una cuota mensual para que, cuando la tesorería lo permitiera, realizar conciertos en vivo, que eran al fin y al cabo, el objetivo del club. Y así empezó el “cuento de la lechera”, donde los cálculos más optimistas nos llevaban a una masa social rentable de 100 aficionados que pagarían una cuota de inscripción de 1.000 pesetas y un recibo mensual de 200. Sobre el papel, que lo aguanta todo, el proyecto nos parecía viable y nos pusimos a ello.
JAZZ CLUB CORUÑA
En 1967, para formalizar el proyecto, celebramos una
asamblea de “cuatro” con la intención de elegir Junta Directiva. De ahí, salí
nombrado Presidente y Doncel secretario y tesorero a la vez. Con el Playa Club
como sede social, buscamos nombre y logotipo para el club y encontramos sin
muchos quebraderos de cabeza el de Jazz Club Coruña. El club ya tenía
cuerpo y empezamos a insuflarle espíritu contactando con los comentaristas
musicales de jazz de la época como Palau, Alberto Mallofré , Paco
Montes y Juan Claudio Cifuentes, “Cifu”, para los amigos. Al
mismo tiempo realizamos acercamientos a las instituciones y organismos para conseguir un mecenazgo que nos
permitiera seguir construyendo nuestros castillos en el aire con ciertas
garantías de estabilidad. Visitamos a Iglesias de Souza, a la sazón coordinador
en la ciudad de los Festivales de España y le contamos nuestras cuitas de
celebrar un Festival de Jazz en el que tendrían cabida, no solo los conciertos,
sino varias actividades paralelas
abiertas a las inquietudes culturales aportadas por el jazz. Iglesias de
Souza, con buen melómano que era, le gustó la idea, pero , pocas esperanzas nos dió ya
que las contrataciones se hacían directamente del Ministerio en Madrid. El
globo del entusiasmo empezó a desinflarse
a los pocos meses, cuando a pesar de los esfuerzos por captar socios,
editando unos “Cuadernos de Jazz” en los que se recopilaban las audiciones
realizadas y poniendo en marcha un programa semanal en Radio Juventud, la exigua captación de
socios nos hizo bajar del andamio del entusiasmo, poner los pies en el suelo, e ir cada
uno con la afición para su casa.
Mayo del 68. Eran tiempos en el que el free jazz,
también conocido como new thing (cosa nueva) suscitaba con sus dislates
estructurales y tonales controversias entre los aficionados. Mientras en las
calles de París se montaban barricadas y en Galicia se iniciaba el movimiento
de Voces Ceibes, uno andaba por Madrid
frecuentando tertulias con el jazz de protagonista. En ellas se escuchaba y hablaba sobre jazz, y lo hacíamos a destajo en un momento de apasionante
evolución donde se cuestionaban conceptos y actitudes y se creaban intensas
polémicas que sin duda ambientaban el cotarro.
En una de estas tertulias, Paco Montes saca relucir el nombre del organista Lou Bennett, al que ya había escuchado en alguna ocasión, que actuaba el día siguiente en el Whisky Jazz. Tomo nota y me acerco hasta el local que estaba abarrotado y desde una esquina de la barra sigo el concierto hipnotizado por el juego de piernas del músico sobre el teclado de bajos de su órgano Hammond . Al terminar el concierto, Lou se acerca a la barra para saludar a unos amigos y aprovecho la ocasión para agradecerle su generosidad musical, y con el subidón de ánimo por lo escuchado, le echo pecho presentándome como presidente de un Club de Jazz. Conversamos y hablamos de la posibilidad de una actuación en A Coruña . Le interesa. Dejamos la barra y en una mesa profundizamos sobre el tema. ¿Cuánto cobrarías?, le pregunto,... ¿Cuántos días?, responde, preguntando a la vez.
Utilizo la estrategia gallega, y le contesto con una nueva pregunta... ¿Dime tú?. Piensa en voz alta y dice que lo mejor sería actuar una semana,... ahora que sí se quedaba dos, saldría más barato, y tres, más aún. Lo dejamos en 15 días y ajustamos el caché en 15.000 pesetas diarias, más comida y cena. Me despido de él prometiéndo una contestación. Al regresar A Coruña hago cálculos, y arrimando las cifras a la afición, más que al sentido empresarial, lo llamo por teléfono para cerrar fechas: actuaría en el Playa Club con el guitarrista André Coudain y el batería Pyer Wyboris en la primera quincena de agosto. Reanimo el Club de Jazz y la promoción del concierto da resultado
La primera noche el ambiente fue de gala. Las fuerzas vivas de la ciudad con el alcalde Demetrio Salorio, gran aficionado al jazz, al frente, se movilizaron para asistir al primer concierto de jazz que se daba en la ciudad. No me lo podía creer. El trío hacía dos pases por la noche y lo mejor llegaba cuando la última sesión se prolongaba hasta al amanecer. Un amanecer que se filtraba por los amplios ventanales del local y marcaba, con el ritmo mortecino y constante de las olas sobre el arenal de Riazor, el fin de una jornada y el inicio de otra. Era una maravilla, una auténtica gozada ver despuntar el día escuchando las pastosidades sónicas del leslie del Hammond de Lou que se quedaba enganchado al teclado rebuscando en su brillante técnica, y el espíritu de su inventiva ilimitada, nuevos caminos de expresión musical. Fueron unas jornadas musicales imborrables, hoy históricas, que fueron decreciendo en número de asistentes, pero, aumentando en intensidad musical. Unas jornadas -- donde por cierto Lou Bennett compuso la banda sonora de la película “La Vil Seducción -- que pusieron la primera piedra sobre la que se construyó la pujante afición al jazz que hoy existe en la ciudad. Por cierto, del Club de Jazz, nunca más se supo...Keep Swing in !!!...Lou.
En una de estas tertulias, Paco Montes saca relucir el nombre del organista Lou Bennett, al que ya había escuchado en alguna ocasión, que actuaba el día siguiente en el Whisky Jazz. Tomo nota y me acerco hasta el local que estaba abarrotado y desde una esquina de la barra sigo el concierto hipnotizado por el juego de piernas del músico sobre el teclado de bajos de su órgano Hammond . Al terminar el concierto, Lou se acerca a la barra para saludar a unos amigos y aprovecho la ocasión para agradecerle su generosidad musical, y con el subidón de ánimo por lo escuchado, le echo pecho presentándome como presidente de un Club de Jazz. Conversamos y hablamos de la posibilidad de una actuación en A Coruña . Le interesa. Dejamos la barra y en una mesa profundizamos sobre el tema. ¿Cuánto cobrarías?, le pregunto,... ¿Cuántos días?, responde, preguntando a la vez.
Utilizo la estrategia gallega, y le contesto con una nueva pregunta... ¿Dime tú?. Piensa en voz alta y dice que lo mejor sería actuar una semana,... ahora que sí se quedaba dos, saldría más barato, y tres, más aún. Lo dejamos en 15 días y ajustamos el caché en 15.000 pesetas diarias, más comida y cena. Me despido de él prometiéndo una contestación. Al regresar A Coruña hago cálculos, y arrimando las cifras a la afición, más que al sentido empresarial, lo llamo por teléfono para cerrar fechas: actuaría en el Playa Club con el guitarrista André Coudain y el batería Pyer Wyboris en la primera quincena de agosto. Reanimo el Club de Jazz y la promoción del concierto da resultado
La primera noche el ambiente fue de gala. Las fuerzas vivas de la ciudad con el alcalde Demetrio Salorio, gran aficionado al jazz, al frente, se movilizaron para asistir al primer concierto de jazz que se daba en la ciudad. No me lo podía creer. El trío hacía dos pases por la noche y lo mejor llegaba cuando la última sesión se prolongaba hasta al amanecer. Un amanecer que se filtraba por los amplios ventanales del local y marcaba, con el ritmo mortecino y constante de las olas sobre el arenal de Riazor, el fin de una jornada y el inicio de otra. Era una maravilla, una auténtica gozada ver despuntar el día escuchando las pastosidades sónicas del leslie del Hammond de Lou que se quedaba enganchado al teclado rebuscando en su brillante técnica, y el espíritu de su inventiva ilimitada, nuevos caminos de expresión musical. Fueron unas jornadas musicales imborrables, hoy históricas, que fueron decreciendo en número de asistentes, pero, aumentando en intensidad musical. Unas jornadas -- donde por cierto Lou Bennett compuso la banda sonora de la película “La Vil Seducción -- que pusieron la primera piedra sobre la que se construyó la pujante afición al jazz que hoy existe en la ciudad. Por cierto, del Club de Jazz, nunca más se supo...Keep Swing in !!!...Lou.
"Conocerlo es amarlo". Esta frase
tópica multiusos aplicada al jazz en aquellos tiempos en los que a los
aficionados a esta música se nos
consideraba como "bichos raros" por asimilar y disfrutar de un
concepto de cultura musical diferente al marcado por el patrón de la tradición
occidental, nos sirvió como refugio ambiental ante los ataques verbales de
quienes desde su desconocimiento sobre esta música, ignoraban su rango
artístico y potencia cultural. Conocerla es amarla. Esa era una de las
recomendaciones que uno siempre daba como preámbulo a una serie de audiciones
coloquio que, para captar aficiones al jazz, emprendí a mediados de los años 60
y principios de los 70, en unos momentos difíciles y complicados de la historia del jazz en los que
se estaba trazando, en términos políticos, la distinción entre el jazz de los
negros y el de los blancos y se consideraba al frece jazz como la
culminación de todo el trayecto anterior y la expresión musical más coherente
con las reivindicaciones de los negros americanos.
EPISODIO HISTORICO
En una anterior narración comentaba los
encantos, musicales por supuesto, del
órgano Hammond de Lou Bennet, en lo que fue el primer concierto de jazz
celebrado en directo en A Coruña durante la primera quincena del mes de agosto
de 1968. Sin duda un "episodio" histórico que con el tiempo germinaría en una nutrida afición al jazz
que día a día se acrecienta.Como el recuerdo es una rebelión contra el olvido que es una ley, hoy queremos
hurgar en la memoria del corazón, que es
la gratitud, para sacar a la luz un nuevo capítulo protagonizado por la
inspiración de Lou Bennett, uno de los mejores organistas de la música de jazz,
durante su primera estancia en A Coruña.
LA CARTA
El abarrote del primer día de actuación de
Lou Bennet, el guitarrista de Martinica André Condouant y el batería alemán
afincado en España, Peer Wyboris, en el Playa Club había reunido a todas las
fuerzas vivas de la ciudad que encabezadas por el entonces alcalde de A Coruña,
Demetrio Salorio querían salir en la foto del primer concierto de jazz
celebrado en la ciudad. Cumplido el "protocolo" la asistencia de
público en los 14 siguientes días de actuación fue mermando considerablemente.
Al quinto día Lou me comenta la posibilidad de cambiar parte del repertorio e
introducir en él nuevos temas, con ritmo de bossa - nova. La idea no me pareció
nada mal e incluso me pareció hasta buena para atraer a un sector más amplio de
público, así que le dije que hiciera lo que quisiera y lo que le pidiera el
cuerpo: " No es exactamente el cuerpo quién me lo pide -- dijo sonriendo
-- sino el director de cine José María Forqué que acaba de encargarme la
música para una película de Analia Gadé y Fernando Fernán Gómez que se
llama La Vil Seducción. Y tengo de plazo para componerla hasta el día 23
que entro para grabarla en los Estudios Moro de Madrid y solo me quedan
16 días ". Dicho esto me da a leer la mencionada carta, fechada el 5 de
agosto de 1968, cuyo contenido aparecería más tarde en la contraportada de la
Banda Sonora de la película La Vil Seducción, en la que se dan nombres y
detallan los climas y ambientes para componer los diferentes bloques musicales
BLUES PARA SEDUCIR
Música para un guión. Llueve. Un coche rueda
velozmente por la carretera. Dentro va una mujer que se llama Alicia. Algo, en
medio de la lluvia, le impide continuar el viaje y la obliga a quedarse en un pueblo perdido
done empezará la aventura de una vil seducción con el tema musical Movimiento
que, durante seis minutos, pone música a los créditos. Todo un Poema en
bossa - nova se mezcla, durante cuatro minutos y medio con la música que sale
de una vieja radio caldeando un ambiente que lleva a los protagonistas a
besarse una y otra vez hasta que llega el momento de La Seducción. Ella
y él en la cama. Ella lo besa larga y apasionadamente. Él se va rindiendo. Ella
lo seduce de forma lenta y cálida mientras suena un blues. La madre se entera y habla con el cura para casarlos.
Él le propone matrimonio mientras la música de
Tema para Alicia refleja
la sorpresa y emoción que ella experimenta al sentirse amada. No acepta y es el
momento del Adiós, Doña Inés mientras el se desespera: " Anoche me
gustaba...fui feliz...pero, ahora es de día y tengo que seguir el
viaje...". Ella regresa a la casa a recoger sus cosas y lo hace con Nostalgia,
otro blues tierno y sentimental que juega con el Tema de Alicia. Es el
final y llueve como al principio. El coche enfila la carretera y, de nuevo, algo le impide seguir. Es el
momento de la Indecisión - Final. Sale del coche y va al encuentro de lo
que dejaba atrás. Acaba la película.
HASTA EL AMANECER
Con esta sinopsis argumental Lou Bennet se
dedico a componer por las tardes la música en la sala del Playa Club a donde
los curiosos se asoman, incluso en traje de baño, para ver como el músico
escribía las partituras de los temas que, por la noche y hasta el amanecer,
interpretaba en compañía de Wyborys y Coundant. Fueron unas jornadas
irrepetibles. Unos conciertos memorables por su
intensidad y emotividad en el transcurso de los cuáles Bennett ponía
música a las situaciones narradas por José María Forqué, construyendo variaciones
de hermoso lirismo, llenas de sorprendente perfección. Ver y escuchar a Lou
enganchado al teclado y visionando musicalmente las escenas de la película--
Movimiento, Poema, Seducción, Tema para Alicia, Adios Doña Inés, Nostalgia e
Indecisión -- es algo que nunca olvidare. Aquellas imágenes musicales construidas con sorprendente
soltura desbordante de swing que tuve la suerte de disfrutar, junto a un
reducido grupo de aficionados al jazz,
han quedado grabadas para siempre en mi retina sentimental. Fueron unos
dias musicalmente muy intensos que sin duda dieron un mayor sentido a mi
afición por el jazz en particular y por la música en general al ver como nacía
poco a poco la banda sonora de la película La Vil Seducción estrenada
posteriormente en el cine Riazor. Guardo
como oro en paño aquél disco que Lou
Bennett me envió con la dedicatoria: To Nonito, Keep Swing in !!!...Cuando
lo escucho, que suele ser a menudo, hago mía la frase de Robert Browning:
"El que escucha música, siente que su soledad se puebla de repente".
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