SIETE HORAS DE ROCK EN WEMBLEY
"Festival Who And Roar Friends": The Who en compañía de Nils Lofgren, The Stranglers y y AC/DC.
"Festival Who And Roar Friends": The Who en compañía de Nils Lofgren, The Stranglers y y AC/DC.
En 1978 los Who grababan The Kids Are Alright, un documental sobre
su historia, que incluía, entre otras cosas, imágenes de sus presentaciones en
vivo. Veinte días después del lanzamiento del álbum del mismo nombre, el 7 de
septiembre, fallecía a causa de una sobredosis de somníferos, Keith Moon,
virtuoso batería que, junto a Pete Townshend --primero en romper su guitarra
contra los amplificadores--, protagonizaba la demente puesta en escena que caracterizaba al grupo rompiendo sus
instrumentos al final de cada concierto.
Tras un espacio de tiempo en el que circuló el rumor de que
la legendaria banda de rock desaparecería de la escena tocada por la muerte de
uno de sus más carismáticos componentes, se anuncia el regreso de los Who, que
volvían a la vida musical con Kenney Jones, ex-miembro de The Small Faces y The
Faces, a la batería. La fecha señalada para la esperada reaparición de los Who fue la del 25
de agosto de 1979 en el hoy desaparecido Wembley Stadium de Londres, dentro del
Festival Who And Roar
Friends y en compañía de Nils Lofgren, The Stranglers y AC/DC.
Para asistir a la
resurrección del grupo mod por antonomasia, su compañía de discos, Polygram, habia
preparado, una excursión a Londres de varios comentaristas musicales españoles
con un calendario de actos muiscales de
lo más atractivo. Dos días en la capital del Guayonuní, !five points! dedicados a a visionar, de entrada, las
películas Quadrofenia, Tommy y el
documental The Kids Are Alright, para rematar
la estancia londinense con la asistencia al concierto del regreso de quienes,
en sus años mozos, habían acuñado la famosa frase Más vale muertos que viejos, definiendo un nuevo
tipo de actitud rock, primitiva y devastadora.
Sesión continua
La expedición española llegó al aeropuerto de Heatrow, desde donde en autocar nos desplazamos al hotel que estaba en
Regent Street, muy cerca de Picadilly. Durante el trayecto, Manolo Lombao
(cuando escribo estas líneas es el director del Instituto Cervantes de Brasilia
(Brasil) y con anterioridad director de RNE en Galicia, director del Centro
Territorial de TVE y Director Área Centros Territoriales de TVE) y yo estuvimos
conversando sobre como participar en la creación de Ruada, la que sería la
primera casa de discos gallega, adquiriendo un paquete de acciones testimonial.
Sin apenas tiempo para deshacer el equipaje, el jefe de la
expedición, Saúl Tagarro, ejecutivo de Polygram, nos cita en el hall del hotel
para empezar la sesión continua cinematográfica, con tres sesiones especiales
que realzaban el evento del regreso de esta banda que había impuesto el
concepto de ópera rock con sus películas Tommy y Quadrofenia.
La verdad es que al llegar la noche todos chorreábamos música
de los Who y decidimos secarnos, por grupos, en las pubs londinenses para estar a punto de plancha en la jornada
siguiente. Apenas habíamos comido, por desajustes con el horario inglés e
intentábamos encontrar algún restaurante español o italiano, con horario
latino, donde poder restaurar nuestras necesidades gastronómicas. Nuestro grupo, encabezado por Parejo, jefe de promoción de Polygram, se perdió por
estrechas calles próximas a Regent Street, cerca del hotel, en busca de
alimento. De repente, un letrero nos indica que estamos en Vigo
Street..."Cómo sois los gallegos, estáis en todas partes!", bromea Parejo. "Cómo tiene que ser!",
ratifico con énfasis. Seguimos andando y, a pocos metros, nos damos de bruces
con un letrero luminoso donde se leía: Maison Coruña… ¡Manda carallo!
El hallazgo provoca en el grupo el consiguiente jolgorio.
Había que entrar, había que conocer el ambiente
coruñés de la calle Vigo, en la ciudad de Londres.
!Faltaría más!... Y entramos en lo que
era un music-hall, escorado hacia
cabaret, donde, además de picar algo de comer, se podían echar unos dancings y ver las atracciones tipycal spanish de un programa
cargado de rumbas. Justo lo que necesitábamos para aligerar el atracón
cinematográfico de los Who.
La noche iba de sorpresas. A punto de sorber un plato de
spaghettis, una presentadora con mucha pechonalidad anuncia el número estrella de la noche a cargo del rey de la
copla española. Me quedo con la boca abierta y los spaghettis colgando al ver
sobre el escenario a Pepe Marqués, muy conocido en los ambientes, y no solo
musicales, de A Coruña. Saludos, presentaciones y entre pitos y flautas –más
flautas que pitos–, risas y cervezas amanecía cuando salíamos del local .
Tras dormir escasamente tres horas y darnos un garbeo por las
streets londinenses,
nos pertrechamos para asistir al macro-concierto de Wembley que estaba
anunciado para las 3 de la tarde. Cogimos el autocar en Picadilly y tardamos casi dos horas en llegar al
estadio, cuyos alrededores eran un hervidero de gente. Miles de mods a pie o sobre motos
Vespas y Lambrettas lucían su indumentaria acreditativa con mayoría de parkas.
La apoteosis
Entrar en el legendario Wenbley me impresionó. El césped cubierto
por una gigantesca lona acolchada se iba poblando, al igual que las gradas, de
público. Faltaba una hora para el
concierto y con las acreditaciones al cuello tocaba orientarse para encontrar
la zona de abastecimiento. En esa estábamos cuando, una azafata, al ver nuestro
despiste nos conduce a un palco reservado para la prensa internacional y
compartido con personalidades del mundo de la música, que tenía acceso directo a un pub privado. Perfecta
organización. Bocata y cerveza amenizan la espera en el pub. Al salir de la
zona de avituallamiento más de 100.000 personas –cifra publicada por la prensa
al día siguiente– ya abarrotaban el césped y los graderíos del “santuario” futbolístico convertido en rockódromo para la ocasión.
Delante, una pareja de exhibicionistas amenizaban la espera con unas bajadas de
pantalones, para enseñar el culo, que eran jocosamente aplaudidas por los
espectadores en general y de los
españolitos, poco acostumbrados a estas visiones culinarias en público, en
particular. Con puntualidad británica, Nils Lofgren abre el fuego musical, tras
ellos aparecen en escena The Stranglers y
Wembley empieza a botar.
A la media hora, el grueso de la expedición española ya estábamos cogiendo sitio en el pub para refrescarnos con unas birras lagers mientras asomábamos la cabeza por las gradas para ver como iba el concierto. Visita al váter para al y hallazgo en un rincón del mismo de un extraño artilugio con formas de vidé con dos asas metálicas incrustadas en el mismo, nunca visto hasta la fecha. Pronto salgo de dudas sobre su utilidad al observar como un corpulento individuo entra apurado y se agarra con fuerza a las asas para devolver la pastilla: ¡era un vomitorio!
Tras el hallazgo, me
encamino a mi asiento y lo encuentro ocupado por una persona, cuya cara me
resultaba muy conocida. Hecho mano de mi inglés por señas tratando de explicar que aquél era mi sitio y
tras disculparse pasa a ocupar el asiento de al lado. Al acabar la actuación de
Stranglers y mientras se prepara el escenario para la llegada de AC-DC, nueva
bajada al pub donde coincido con mi vecino de localidad, que me saluda con un
gesto de cabeza. Pregunto a Mariscal Romero, que formaba parte del grupo de
comentaristas musicales españoles, si sabe quien es y me saca de dudas:
“Es Mark Knopfler, de Dire Straits”.
Ocupamos de nuevo los
asientos y con tan insigne vecino me preparo para recibir unas buenas descargas
de rock. Salen a escena AC/DC y el estadio se alborota. A medio concierto
vuelvo a estirar las piernas en dirección al pub, que está lleno. Pido un
bocadillo para comer y otro para llevar al palco incorporándome al reprise
final de AC/DC (Live
wire, Shot down in flame, Walk all over you, Bad boy boggie, The Jack, Highway
to hell, Whole lotta rosie, rocker), durante el que
invito a bocata a Knofler quien, sonriendo amablemente, pasa ... pero no solo
del bocadillo sino de todo el mundo, siguiendo atentamente con unos
prismáticos las evoluciones del grupo.
Cambio de back
line y nueva visita al
pub, cada vez más concurrido, donde me encuentro a Mariscal Romero luciendo
camiseta de los Who. Le pregunto dónde se compran. Me dirijo a la zona de
merchandising del concierto y vuelvo con un surtido de prendas conmemorativas
de este histórico concierto: camiseta, sudadera, gorra y, cómo no, una parka
mod para mi hijo, por entonces estaba enrolado en las filas mod.
El estadio era todo un
espectáculo. Sentado en mi localidad me recreo observando el magnífico ambiente
hasta que un apagón de luz deja totalmente a oscuras el recinto, que se ilumina
con el bramido de decenas de miles de personas ante la inmediatez de la salida
a escena de Los Who, que durante dos horas inundaron la catedral del fútbol inglés con sus canciones
más sobresalientes (Substitute,
I can’t explain, Baba O’Riley, Magic
bus, Pinball wizard, See me-Feel me, Long live rock, My generation, Summertime
blues, The real me) y levantaron oleadas de entusiasmo con su sonido saturado
de energía. Fue un concierto apoteósico.
Mientras servidor se movía en tres ocasiones del asiento, mi
vecino Mark Knofler parecía estar atornillado a él siguiendo con interés, sin
pestañear, todo lo que pasaba en el escenario, como queriendo aprender de lo
que veía y escuchaba. Fue todo un marathón de buen rock, con una puesta en
escena apabullante, con rayos láser que barrían todo el estadio e iluminaban el
cielo. Era la primera vez que veía en acción esos despliegues de efectos
especiales y quedé impresionado.
Al terminar el concierto, y tras dar un apretón de manos a mi
vecino, me incorporé al resto de los expedicionarios y nos dirigimos, pasadas
las diez de la noche, al autocar. Cansado pero contento por haber asistido a un
concierto histórico y por haberme
reencontrado con My
generation, llegamos al hotel dos horas más tarde a causa del tráfico.
En el trayecto de regreso negocie con Mariscal la cesión del grupo gallego de
rock progresivo NHU, que había producido en el sello Abrente, a la escudería discográfica de Chapa, el gran
escaparate del rock español, de la que el era el gran jefe. Ambos sellos,
Abrente y Chapa, eran de la misma
compañía, Zafiro, y la operación parecía factible aunque, finalmente, a causa
de un enfrentamiento de Mariscal con la cúpula directiva de la disquera no solo hecho por tierra el acuerdo sino que
también fue el inicio del fin del ya mítico sello rockero español.
Al llegar al hotel Saúl Tagarro, el mandamás de la
expedición, tuvo a bien dejarnos la noche libre, no sin antes darnos
instrucciones para el regreso. De nuevo se forman varios grupos expedicionarios
con destino a la nuite, en este caso night.
A pesar de la
saturación musical, no podíamos dejar pasar la oportunidad de revolcarnos en el
ambiente musical londinense y Mariscal Romero propuso, como alternativa para
bajar los efectos de siete horas de rock, tomar una copa en el Club de Jazz
Ronnie Scott, donde actuaba el trompetista Dizyy Gillespie. Me apunté a esa
opción y para allá nos fuimos. Primero rock y después jazz. Buen menú. El club
estaba abarrotado, no había ninguna mesa libre y tuvimos que hacernos un sitio
en la barra desde donde escuchamos al ilustre mofletes Gillespie en un wonderful
concert .
De regreso al hotel,
que estaba en una esquina de Picadilly, nos sentamos eufóricos en la fuente
central de la circus y entonamos unos cánticos nocturnos, a los que incorporé A Rianxeira, ante la curiosidad de trabajadoras y trabajadores del amor que rondaban por los aledaños.
A los pocos minutos,
una pareja de bobbys nos reprende educadamente
y solicitan que apaguemos nuestras ansias cantoras. Difícil, porque el día y la
noche nos había agitado en exceso la vena musical. Siguen la ronda y nos repasan a la media hora (aproximadamente las cinco de la mañana)
solicitando, ya menos cordialmente, que hiciéramos mutis por el foro. Ni caso. A los pocos
minutos aparecen dos patrullas móviles que nos piden el pasaporte y señalan la
dirección de los coches.
Empezamos a chapurrear
inglés y explicar nuestra situación eufórica, sin éxito. Impertérritos, seguían
indicándonos la dirección de los coches patrulla para llevarnos a comisaría...
El amanecer empezaba a calentarse y, cuando ya estábamos a punto de comisaría, aparece en
el lugar de los hechos el recepcionista
del hotel que, alertado por el tumulto, había decidido mediar en el
conflicto... Pide calma a la
tropa para no enardecer el ambiente que ya andaba próximo a las
exigencias de ayuda diplomática y se dirige al mandamás de la patrulla dándole
todo tipo de explicaciones a la vez que solicita disculpas de nuestra parte, lo
que hacemos para solucionar la crisis.
Al agradecerle la
ayuda prestada, el conserje se dirige a mí y me dice en gallego: “Paisano hay
que ter máis coidadiño, porque esta xente non se anda con coñas”. Sorpresa. “Entón, ¿tí de onde eres?”,
pregunto. “Eu son de
Lalín”, contesta nuestro salvador, al que agradecimos vivamente su ayuda. Donde
menos se espera, hay un gallego. Cierto.
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