EL "TIGRE" NO "MORDIÓ " Y EL "GATO" ESTUVO "TRISTE Y AZUL"
Todo hay que decirlo: el
concierto que Tom Jones dió en el Pabellón de Deportes coruñés, pasó sin apenas
"gloria" alguna. Tal vez por qué el "tigre", que durante la
década de los 60 había marcado paquete en las listas de éxito de todo el mundo,
andaba en sus horas bajas de popularidad en el panorama musical europeo por
haber trasladado su domicilio artístico a Las Vegas, donde era una de las
grandes atracciones.
Corría el año 1975 cuando el
empresario vigués Alejandro Figueroa -- por entonces propietario de la sala
Nova Olimpia de Vigo -- ponía en marcha el proyecto crear en Galicia un
circuito de conciertos de estrellas de la canción de renombre internacional con cabecera en A
Coruña y Vigo. Un proyecto muy ambicioso -- en el que colaboré -- que, al no ser correspondido con los favores
del público de A Coruña en los conciertos
de Demis Roussos y Tom Jones se
encogió quedando circunscrito a sala de su propiedad en la ciudad olívica.
No llegaban a 3.000 las personas
que acudieron a presenciar la actuación del "varonil" cantante galés,
de voz poderosa y físico apolíneo, que se subió al escenario rodeado de una
gran orquesta formada por la flor y nata de
los músicos de estudio madrileños. Una maravilla. Durante hora y media
Tom Jones ofreció al público lo más conocido de su repertorio, desde "It´s
not inusual" hasta "Delilah", pasando por "Green green
grass of home".
Al acabar el concierto, había quedado con Alejandro
Figueroa para poder acceder al artista y entrevistarlo en los camerinos, pero,
los planes sufrieron un cambio de última hora ya que, en la sala del palco de
autoridades, el entrañable Quiquín Gimaraens, director del Pabellón de
Deportes, había montado una pequeña
recepción al artista con asistencia de destacados personajes de la vida
social y política de la ciudad. Me uní, junto a Alejandro a el "ágape"
, saludando a Tom Jones e intentando que me concediera unos minutos para
atender a mis preguntas. " No problem" , asintió el artista, que
continuamente era asediado por los invitados al acto para firmar autógrafos o
simplemente estrechar manos, mostrándose de lo más asequible y risueño. Solo su
hijo, convertido en "guardaespaldas"
ponía "cara de palo"
ante el buen rollo que se vivía en la sala.
Tom Jones era todo simpatía.
Amable, sonriente, lo llevaban de un lado para otro sin que apareciera en él un
mal gesto, mientras yo veía como se me escapaba la posibilidad de hacer un
aparte para la entrevista. En un par de ocasiones, se cruzaron nuestras
miradas, lo que aproveché para, a través de gestos, indicarle que estaba a la
espera de que me atendiera. Cuando por fin consigo intercambiar con él, con
ayuda de traductor, unas palabras, aparece en escena una mole humana -- su hijo
-- que lo coge con fuerza del brazo y lo arrastra literalmente hacia la salida.
Con cara de circunstancias, y sin perder el gesto amable, se encoge de brazos escenificando un ademán
que entiendo como un "¡ qué le vamos hacer!".
Me despido de él a
distancia y me quedó con la entrevista a la mitad y la imagen de un buen tipo,
al que el éxito y la fama no habían deteriorado su "imagen" humana.
Una imagen que, unida a sus cualidades artísticas, le ha ayudado sin duda a mantenerse
"joven" en el "choubisnes" internacional donde permanece en
activo y en el que, de vez en cuando consigue auparse al número uno con temas
como "Sex Boom", o protagonizando los cíclicos revivals que recuerdan
sus grandes éxitos de los años 60.
LA "FOTOFOBÍA" DE
ROBERTO CARLOS
El cantante brasileño actuó en A
Coruña, cuando el "Gato" andaba medio chungo, "triste y
azúl". Vía compañía discográfica conseguí pactar una entrevista con el
ídolo de la canción romántica, después de la prueba de sonido en el Pabellón de
Deportes, y una hora antes de empezar su actuación.
De su trayectoria artística,
conocía que había empezado su carrera como componente de un grupo de rock and
roll brasileño y poco más. Su éxito rotundo como ídolo de la canción romántica,
"tapaba" sus antecedentes que, por otra parte estaban rodeados de
cierto misterio, en lo tocante a su vida privada. Se rumoreaba que, por causa
de un grave accidente de tráfico, tenía una pierna ortopédica y un "ojo de
cristal", minusvalías que él intentaba disimular en sus conciertos, en los
que se mantenía estático encima del escenario, casi siempre agarrado al pié de
micro que utilizaba como apoyo.
A la hora convenida para la
entrevista llegó al Pabellón. La prueba de sonido ya había terminado por lo que
me encamino a los camerinos y los encuentro cerrados. Llamó, y entre abre la
puerta un señor al que me presento y pongo en antecedentes de mi presencia,
nombrando al jefe de promoción de la C.B.S. En vez de franquearme la entrada,
sale cerrando la puerta tras él y se disculpa diciéndome que la entrevista es
imposible: " El artista está descansando y no concede entrevistas". A
mayores, pone como pretexto el que no había concedido otra entrevista
solicitada un compañero de la prensa
madrileña, y que no iba a ser yo la excepción.
Ante esta perspectiva, decido
marcharme no sin antes dejando caer en la despedida, el envío de recuerdos para
Roberto Carlos de Fernando Muñóz, el director general de la C.B.S en España.
Palabras mágicas. " ¿Conoces a Fernando Muñoz", se interesa el
manager. Le respondo que sí, y que había hablado con él hacía unos días
para decirle que Roberto Carlos actuaba
en A Coruña y que él le mandaba
recuerdos. ¡ Ábrete Sésamo!." Espera un momento", me dice el
manager, al tiempo que entra en el
camerino. Sale al poco tiempo para decirme que en quince minutos me recibiría
Roberto Carlos.
Me voy a buscar al fotógrafo que estaba a la espera de mis noticias
y con el acudo de nuevo a camerinos., donde estaba Roberto Carlos hablando con
los músicos del grupo. El manager me presenta y comienzo la entrevista al
"aire", por qué apenas me presta atención. Era una situación
embarazosa, en la que yo preguntaba y él respondía con monosílabos --
"sí", "no" -. Apenas se dignaba a mirarme y alternaba sus escuetas respuestas con
instrucciones de última hora al grupo, sin sacar "ojo" del fotógrafo.
¡ Menudo sieso!, pienso.
Agradezco su "amabilidad" y en vista de los derroteros por los que
discurre la entrevista, me despido con un "no quiero robarle más
tiempo" y solicito permiso para hacerme una foto a su lado. ¡ No!,
responde airado,... ¡ fotos , no!. Y con la misma me da la espalda y se marcha.
Hago un penúltimo intento con el manager al que le digo que las fotos no son
para publicar si no como recuerdo personal con lo que no consígo ninguna
respuesta y sí que el manager me indique la salida y me acompañe hasta la
puerta.
En mi colección, no tengo
ninguna foto con Roberto Carlos, pero sí, guardo la instantánea de su antipatía
y su "fotofobia". Posiblemente, ese día, no fuera su día.
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