EL OPTIMISMO DEL PESIMISMO
Me gusta la ironía, esa figura
retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice,
caricaturizando la realidad y al mismo tiempo poniendo de manifiesto el absurdo
que se encierra en muchas acciones aparentemente incuestionables.
Creo que es una prueba de inteligencia y el único modo de
atacar y defenderse sin exponerse inútilmente ante los que, de otro modo,
podrían hacernos callar por la "fuerza" .La ironía
es una manera de entender la vida: sin dramatismo, con humor, con la palabra
elegante dispuesta en todo momento para entrar en un debate o un diálogo.El filólogo Martín Alonso definió la ironía como el "optimismo del
pesimismo"
La fuerza de la ironía reside en el fingimiento
o simulación. Pienso que de alguna u otra manera, más o menos, todos tenemos
una "bis" irónica, cuyo mecanismo es instintivo y se pone en marcha en
momentos puntuales ante esa verdad que no se puede –o no se quiere- expresar de
un modo directo, disfrazándola de "aceptación",
pero de tal modo que el "buen entendedor" comprende la verdadera
intención de nuestras palabras.
Claro está, para que la ironía haga su
efecto, es necesario que el receptor de la misma advierta y comparta la
"incongruencia" o la "contradicción" presente en la misma.
Y no siempre es así.
Creo que la ironía es un arma, un recurso
atrayente, una alternativa que podemos incorporar a la hora de hablar o escribir, de comunicarnos,
que da "color y brillo" a lo que se cuenta, sorprendiendo con las dos
caras que encierra el mensaje, la aparente y la real.
En esa contradicción
radica parte de su encanto ya que cuando en "apariencia" se dice
algo, en el "fondo" estamos diciendo lo "contrario", como
si se guiñara el ojo a través de las
palabras a manera de "truco de comunicación".
Las
virtudes de la ironía tienen también sus peligros, ya que si no se utiliza adecuadamente
es fácil ofender con las palabras. Ahora bien, es conveniente que las dosis de
ironía sean las adecuadas. En exceso, resultan pedantes y altivas, manifestando
una superioridad estúpida y totalmente alejada de la sonrisa que debe acompañar
a todo acto irónico.
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